22/03/21
Hace
exactamente 6 meses que no escribo. La última vez que escribí también fue
hablando de vos, pero honestamente las cosas eran muy distintas en ese
entonces.
Hoy es 22 de
marzo. Nada especial acontece los 22 de marzo. No es feriado, nunca hace mucho
frio o mucho calor, ninguna figura histórica importante murió hoy, no se
recuerda el inicio o el fin de una guerra ni nadie es particularmente feliz o
miserable los 22 de marzo. Sin embargo, es tal vez esa ordinariez insoportable la que me convoca a estar escribiéndote.
Al principio
solo te pensaba ocasionalmente, casi que con vergüenza. Usualmente esos
pensamientos venían acompañados de un tsunami de culpa, que borraban cualquier
rastro de alguna idea que estuviese echando raíces. Pero hoy, una pared de
ladrillos con tu nombre se me cayó encima y no sé qué hacer.
Hay un
sentido de familiaridad que me incomoda mucho. Como si todo lo que vivimos en
estos años de repente nos mirara a la cara y nos dijera "¿Como no se
dieron cuenta?". Los roces accidentales que ahora solo son claras excusas
para tocarnos, todas esas miradas cómplices, las promesas absurdas y miles de
recuerdos que se continúan el uno al otro como un perfecto domino.
Tal vez si
nos dimos cuenta. Tal vez siempre supimos que queríamos decir cuando estábamos
solos y se hacía un silencio. Tal vez vos si sabias porque saliste corriendo atrás
mío esa noche y yo también sabía que iba a pasar si frenaba. Pero no frene, ni
vos seguiste corriendo. Esa simbiosis tacita entre nosotros es un arma de doble
filo. Esa complicidad que nos impide dar un paso sorpresivo hacia adelante,
porque el otro siempre se va a correr para atrás, manteniendo la misma
distancia. Se ve que nunca aprendimos bien a jugar "pan y queso" en
el jardín de infantes para poder encontrarnos en el medio.
A veces solo
quisiera poder vivir en ese segundo que se produce entre que mi oración termina
y tu risa empieza. Cuando estamos tan cerca que nuestras respiraciones se
entrelazan como el naranja y el rosa de un atardecer. Entonces tu calma y mi
miedo se funden en un profundo abrazo, resultando en el caos necesario para que
lo hermoso suceda sin que nos hagamos muchas preguntas. Vos suspiras, y yo
suspiro. Apartamos las miradas y seguimos como si
segundos atrás el aire no hubiese pesado una tonelada, ni todos los síntomas
del desborde se hubiesen disparado en cada esquina de nuestro cuerpo. Una
respuesta automática al estímulo más profundo del ser, una cosquilla al inconsciente.
Al igual que
las nubes en la noche, lo que callamos divaga por ahí anunciando que en algún
momento nos vamos a largar a llover. Nuestras gotas caerán sobre el mismo océano
y finalmente seremos uno. Pero mientras tanto, en el agobiante silencio que es
amar en secreto, nosotros somos un grito desesperado del que no sale ningún
sonido. Por suerte lo que no te mata en el amor, solo te hace amar más
fuerte.